Duelo en vida

Notas desde la cuarentena de Ricardo Ramírez.

Cuando decidí pasar solo la cuarentena con mi madre de 81 años y con un alzheimer avanzado, luego de que mi hermano nos acompañará con generosidad la primera semana, muchos amigos se sorprendían de lo difícil que podía ser y de los sacrificios que esta decisión podría implicar para el trabajo y para la cotidianidad.

Luego de 30 días con ella sólo saliendo dos o tres veces en este periodo, creo que fue una de las mejores decisiones que he podido tomar en mi vida. Aunque tiene momentos duros como cuando tu propia madre no te reconoce, o cuando vez que mira extrañada el entorno de la casa o cuando se le nota algún susto irreal o se levanta preguntando por la abuela, son minutos tristes que se compensan con la cantidad de horas que he pasado con ella. 

Y qué decir cuando veo su mirada de alegría y ternura pura, cuando me agradece por prepararle los alimentos y se los come con el placer de descubrir sabores nuevos que ya habían sido olvidados, o cuando simplemente me dice “déjeme darle un abrazo de buenas noche mijo y que dios me lo guarde”, empieza uno a descubrir lo hermoso de estos días, lo maravilloso de poder compartir momentos sencillos, como hacer gimnasia juntos o  jugar cartas o leer alguna revista, pequeños instantes que te alegran el alma.

Pero lo más importante para mi es que estoy haciendo un duelo en vida, un duelo en el cual puedo compartir sus momentos de lucidez, sus recuerdos de joven y de mi padre, que aparecen cada vez más fugaces, pero que le iluminan el rostro y la mirada con un sentimiento muy profundo, el producto de un amor imborrable. Por que cuando ella le agradece a la vida, por el marido que tuvo, por sus hijos y por una vida llena de cosas buenas ”sin hacerle mal a nadie”, me demuestra lo esencial de la vida, en una sola palabra: Bondad.

La dura realidad de esta pandemia que afecta principalmente a los más ancianos de la tribu, nos hace reflexionar mucho sobre la humanidad, sobre el sentido de humanidad. Y por eso cuando me veo impotente para detener este virus que de entrar en la casa seguramente se llevaría a mi madre, es cuando vale la pena hacer este duelo en vida. Ya he aceptado el hecho de la vida y de la muerte, por eso ahora honro su vida en vida.

Y si el destino me permite conservarla más tiempo y poder seguir viendo su mirada tierna en las noches, todo habrá valido la pena. Pero si ese mismo virus travieso entra y se la lleva, también habrá valido la pena. Porque estar tan cerca de una muerte fortuita, estadística y cruel, te fortalece el espíritu y aunque seguramente lloraré en diluvio cuando parta, hoy tengo que agradecer de haber podido pasar estos instantes hermosos, que no siempre tenemos la oportunidad de vivir…

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