Siempre que nos encontramos con un niño, los adultos tenemos la idea fija de que es alguien en construcción, que algún día será «útil» a la sociedad y que su momento todavía no ha llegado. Las pequeñas personitas (a quienes denominamos siempre con diminutivos redundantes como acabo de hacerlo) todavía no son, aún les falta, no están completos, llegará el día en que «serán grandes». Son «el futuro» de la humanidad.
La pregunta de rigor es «¿Qué te gustaría ser cuando seas grande?» y muy pocos, (nadie en realidad) reconocen que YA son grandes. Nadie está más ocupado que un niño, nadie tiene que enfrentar retos tan grandes como los que abruman a un chiquito (lo hice otra vez) desde que llega a este mundo. Creo firmemente que si tuviéramos que volver a empezar nuestra vida aún con el equipaje de experiencias que tenemos acumulado, no seríamos capaces de afrontar ese día a día, ese minuto a minuto, de aprendizaje y práctica que significa la niñez.
Hemos dividido esta reflexión en una docena de oficios, partiendo de la definición de «oficio» como algo que aprendemos a hacer por cuenta propia a partir de la observación y el seguimiento de alguien que ya sabe hacerlo. Aquello que resulta de muchísimas pruebas, que es consecuencia de la acumulación de intentos fallidos y que no siempre es deliberado o estructurado. Un oficio se perfecciona por la repetición, por la improvisación, por la corrección del rumbo, como mantenemos el equilibrio en una bicicleta y nos levantamos luego de cada caída. Aunque parecen estar ordenados cronológicamente, en realidad todos los oficios ocurren simultáneamente. Veamos cómo describiría su oficio un niño.
1 – El oficio de vivir
Desde el primer llanto, como seres humanos tenemos que entender el cuerpo, su funcionamiento, sus posibilidades, sus limitaciones. Cada una de las partes y sistemas tiene una razón de ser y hay necesidades básicas que deben ser resueltas. Sin darnos cuenta, de repente respiramos, comemos, manipulamos, nos sentamos, nos desplazamos, resolvemos obstáculos, entendemos que el suelo nos atrae, que existe el viento y el agua, que no podemos volar como lo hace esa mariposa. Pero no se trata sólo de explorar el mundo exterior, también implica lidiar con emociones enormes, descubrir límites y entender poco a poco lo que significa ser nosotros mismos. Vivir, cuando somos niños, es una tarea de tiempo completo. Aprendemos que hay dolor, que hay luz, que hay sonido, que hay olores y sabores, que tenemos que evacuar lo que hemos comido, que tenemos que sujetarnos para no caer, que las manos de otros nos permiten avanzar, que un llanto comunica, que una risa también.
2 – El oficio de escuchar
Todo suena, todo hace ruido, cada chirrido nos hace girar la cabeza para averiguar de dónde viene, qué lo causa. Hay rumores, ronquidos, sonsonetes, tañidos y principalmente unos sonidos que surgen de las bocas de otros seres humanos y que suelen tener alguna coherencia. Al parecer se usan en combinación con las expresiones de la cara y tienen un significado, otros sonidos repetitivos tienen armonía y son extremadamente tranquilizadores y placenteros. Escuchar, aunque parece sencillo, es una habilidad que perfeccionamos constantemente. Muy pronto, sin saber que así se llaman, distinguiremos las voces, las canciones, los tonos, los maullidos, los ladridos, los trinos y trataremos de producirlos nosotros mismos. Tendremos que aprender a descifrar el significado oculto en las palabras de los adultos y entender los matices de los silencios. Porque todo está lleno de mensajes por descubrir.
3 – El oficio de observar
Muchos años después algún adulto tratará de explicarnos lo que es la luz (si es que es capaz de hacerlo, que lo dudo), mientras tanto la recibiremos con maravilloso asombro. Hay un universo alrededor nuestro lleno de sombras, colores, formas, movimientos que tenemos que empezar a catalogar y nombrar. Observar es el primer paso para comprender el mundo en su infinita complejidad. Nos explican que esto es rojo, que aquello es amarillo, ¿por qué?, no importa, tomamos nota. Cada cosa tiene nombre, cada ser vivo tiene un comportamiento, cada objeto que no se mueve también tiene una razón de ser y de alguna forma hay que identificarlo. Vemos lo que los adultos ya no notan: la fila de hormigas, el brillo en los ojos de alguien que está a punto de reír. Hay cosas grandes, pequeñas, redondas, frías, blandas, solitarias o agrupadas, cercanas o por allá arriba en un lugar que nos dijeron se llamaba cielo.
4 – El oficio de conversar
Aquella persona adulta que nos escuche pronunciar la primera palabra sentirá que presenció el momento más trascendental de la vida y lo recordará por siempre. Pero conversar es mucho más que hablar. A medida que perfeccionamos nuestra capacidad de conectar con el lenguaje construiremos puentes entre nuestro interior y quienes nos rodean. Con preguntas curiosas y comentarios inesperados practicaremos el arte de compartir lo que vemos, sentimos y soñamos. A veces, en una frase sencilla revelaremos verdades profundas que ni los adultos podrían expresar. Empezaremos a contar la historia detrás de cada cosa, de cada momento, seremos capaces de explicar cómo llegamos, cómo somos, qué pensamos. Así como todos tienen algo que contar, muy pronto nosotros también. Jugaremos con las palabras, las rimas, las canciones, las charadas, los trabalenguas. Contaremos cuentos y contaremos números. Acumularemos palabras cada vez con mejores significados y podremos expresar lo que nos pasa.
5 – El oficio de preguntar
Primero con la mirada atenta y los ojos maravillados expresaremos claramente que necesitamos que nos expliquen todo y muy pronto nos aferraremos a nuestra pregunta favorita: «¿Por qué…?» Los grandes, que se han olvidado de cuestionar lo evidente, se verán en dificultades ante tanta curiosidad desafiante. Con el lenguaje viene la valentía de indagar todo, de afirmarnos como científicos innatos, de buscar explicaciones e incluso inventarlas nosotros mismos. Todo tiene su ciencia, todo debe tener su razón de ser y cada cinco minutos cambiaremos de tema pues hay mucho que entender. Comprenderemos que la naturaleza ha sido muy ingeniosa para resolver los problemas y nos asombraremos de encontrar una telaraña, un nido, un bloque de hielo, una flor. Quizás todavía no hallemos las respuestas, pero nacerá en nosotros la esperanza de que a medida que avancemos, cada pieza del rompecabezas aparecerá.
6 – El oficio de convivir
Rápidamente entendemos que hay otros seres vivos con los que tenemos que navegar en una compleja red de relaciones. Hay reglas, hay cosas propias y ajenas, hay límites, hay peligros, hay que compartir, respetar, reconciliarse tras un conflicto. Cada situación, cada interacción se convierte en un ensayo del delicado equilibrio de vivir en sociedad. Notamos que hay labores que unos hacen y otros reciben, que todos contribuyen y que los trabajos suman y tienen dificultades. Apreciamos lo que recibimos y comprendemos que lo que sabe, dice y hace el otro es valioso y empezamos a sentir la urgencia de también aportar. Entendemos conceptos complejos como la abundancia y la escasez, la empatía, la necesidad del intercambio, los favores, las obligaciones, los compromisos, los acuerdos. Justicia, libertad, equidad, responsabilidad: palabras complejas que no dominamos pero que tenemos la capacidad de comprender y afianzar dentro de una madurez primordial que sorprenderá a todos.
7 – El oficio de imaginar
A más corta edad, más grande será el taller secreto que llamamos imaginación. Allí caben mundos enteros llenos de personajes y escenarios que desafían las leyes de la realidad. Nos sentimos libres de inventar lo posible y lo imposible, de explicar equivocadamente lo que sucede a nuestro alrededor, de soñar sin límites aunque no podamos expresarlo todavía. Las posibilidades son infinitas aunque se queden en nuestra mente y pronto nos damos cuenta de que debemos esforzarnos por adquirir habilidades para poder extraer y compartir con los demás todo esto que nos cabe en la cabeza. Reflexiones sobre las observaciones, cuestionamientos inconclusos, infinitas situaciones imaginadas, combinaciones interminables de ficción y realidad que poco a poco pueden escaparse al mundo exterior en formas cada vez más sofisticadas de comunicación.
8 – El oficio de crear
Surge entonces el complemento obligado del oficio anterior. La extensión natural que nos permite construir una expresión propia con lo que haya a mano: bloques de madera, plastilina, colores, pinturas y poco a poco… palabras. Sin el temor de fallar, porque cada error es sólo una nueva oportunidad de hacer tangibles los sueños acumulados. Las manos se vuelven hábiles, nos transformamos de receptores en autores, de espectadores en actores. Claro que es delicioso recibir historias pero es más emocionante convertirnos en sus narradores. Nos armamos de herramientas que cada vez manejamos con mayor habilidad, llámense tijeras, crayones, colores o palabras. Los productos son cada vez más tangibles, más estructurados, más apreciados por su perfección progresiva. Capturamos las técnicas de los que saben hacerlo y pronto declaramos triunfalmente, yo también puedo.
9 – El oficio de jugar
Jugar no es sólo una forma de entretenimiento, es un oficio esencial en todas las edades y la manera fundamental de combinar todos los demás oficios. Jugar es cosa seria porque nos permite resolver problemas, explorar el mundo, descubrir cómo funcionan las cosas, cómo interactuar con los demás y cómo enfrentar los retos de forma creativa. Diversión y curiosidad son los elementos cruciales de la agenda diaria que nos mantiene ocupadísimos en profundas y significativas sesiones de aprendizaje. Incluso cuando nos invade momentáneamente el aburrimiento, sabremos rescatar el placer de lo simple y reactivaremos la energía lúdica de la infancia.
10 – El oficio de leer
El descubrimiento de los libros y la palabra escrita marca un antes y un después en nuestras vidas. Primero hay imágenes coloridas, hay sonidos de las páginas al pasar y hay voces cálidas que nos abrazan. Notamos que esas marcas en las páginas no son sólo garabatos sino que tienen sonido y significado. La voz que nos lee se guía de ellas y las convierte en nombres, ideas, emociones, historias. Anticipamos que tienen poder y conocimientos y que las páginas impresas abren puertas hacia aventuras infinitas que tenemos que descifrar. Y entonces surge una presión abrumadora… De repente nos enfrentamos a un reto monumental: entender unos códigos misteriosos que no tienen un significado inmediato, sumado a la comparación con otros niños que quizás ya leen nos puede llenar de frustración y ansiedad. ¿Quién nos acompañará en este angustioso recorrido? ¿Quién nos dará su tiempo, su paciencia y su apoyo celebrando cada pequeño logro dentro de un ambiente sereno y divertido?
11 – El oficio de aprender
La transición entre aprender a leer y leer para aprender es uno de los momentos más poderosos en nuestra vida de niños. Al principio, el esfuerzo está en reconocer letras, formar palabras y darles sentido. Pero una vez que dominamos ese oficio, los libros se transforman en ventanas hacia el conocimiento. Leer deja de ser un reto técnico para convertirse en una herramienta que abre puertas al mundo. Comenzamos a usar la lectura no sólo para descifrar historias, sino para explorar nuevas ideas, descubrir el funcionamiento de las cosas y expandir nuestra comprensión del universo. Pasar de la lectura acompañada al vuelo independiente por los textos es el triunfo de la autonomía. Aquí dice esto, allí dice aquello. El mundo es distinto.
12 – El oficio de enseñar
Desde el momento en que llegamos a las vidas de nuestras familias, somos maestros. Enseñamos algo nuevo cada día. Mostramos cómo mirar el mundo con ojos frescos, cómo sorprendernos por lo que los adultos dan por sentado, y cómo ser más pacientes, empáticos y abiertos al cambio. Aunque parezca que son los adultos quienes nos enseñan, la verdad es que los más pequeños, con nuestra pureza y sinceridad, somos los maestros de la sociedad. En nuestra capacidad para compartir lo que aprendemos, invitamos a los grandes a ser mejores personas y a construir una sociedad más comprensiva y justa.
Al final del día…
Ser niño es mucho más que jugar y reír. Es un trabajo de tiempo completo, lleno de aprendizajes, desafíos y descubrimientos. Cada niño, con su propio ritmo y estilo, está perfeccionando esos oficios que los adultos damos por sentados. Para los padres y educadores, la lección más importante es recordar que ellos están inmersos en un proceso constante de crecimiento y aprendizaje. No se trata solo de guiarlos, sino de respetar su ritmo, de aprender de ellos, y sobre todo, de reconocer la seriedad y el esfuerzo con los que asumen su propia vida.
Porque ser niño es, sin duda, el oficio más difícil que hay.
Guillermo Ramírez
Septiembre 2024
¿Y cuál es nuestro oficio?
Los niños tienen en sus manos el poder de transformar el mundo. En su capacidad de imaginar lo imposible, de preguntar sin miedo y de convivir con empatía, está la semilla de una sociedad más justa, más pacífica.
Son ellos quienes, en su inocente y auténtica manera de vivir, nos enseñan cómo resolver los conflictos que los adultos hemos creado. Un niño puede detener una guerra, porque ve el valor de cada vida. Puede darle sentido a los gobiernos, porque exige justicia y equidad con su mera existencia.
Acompañar a un niño en su oficio, en su proceso de crecer, no es solo una responsabilidad, es la labor más crucial de cualquier sociedad. Como dice el proverbio africano, «para educar a un niño, hace falta un pueblo», porque su educación no solo valida su futuro, sino que redefine el presente de todos. Acompañar a un niño es, en el fondo, acompañar la esperanza de un mundo mejor.
El verdadero éxito de un país no se mide por su riqueza material o por la magnitud de sus infraestructuras, sino por la calidad de vida de un niño de cinco años. Si ese niño tiene acceso a una educación que estimule su curiosidad, a una nutrición que lo haga crecer sano y fuerte, y a un entorno donde pueda jugar, reír y vivir con seguridad, entonces estamos hablando de una nación verdaderamente exitosa.
La capacidad de aprender de un niño, su salud, su bienestar emocional y su viveza reflejan la fortaleza de las políticas sociales, la justicia de sus sistemas y el valor que esa sociedad le da a su futuro. Es en el brillo de los ojos de ese niño donde se puede ver el verdadero progreso de un país.
Diez imperativos
A continuación una lista de chequeo que cada adulto puede poner en práctica para involucrarse en el oficio de los niños, tanto cercanos como lejanos:
- Escúchalos con atención
Dedica tiempo a escuchar lo que tienen que decir. Valida sus ideas y emociones, por simples que parezcan, porque en cada palabra están explorando el mundo y sus propios sentimientos. - Juega con ellos
El juego es su lenguaje. Participar en sus juegos les demuestra que valoras su mundo. Jugar fomenta la creatividad, fortalece el vínculo y les enseña a convivir y cooperar. - Fomenta su curiosidad
No apagues sus preguntas, anímalos a seguir investigando. Si no sabes la respuesta, búscala con ellos. Demuestra que aprender es un proceso continuo que también involucra a los adultos. - Dales espacio para equivocarse
Permíteles cometer errores sin miedo a ser juzgados. Los errores son una parte fundamental del aprendizaje y la creatividad. Enséñales a verlos como oportunidades para crecer. - Cuida de su bienestar físico y emocional
Asegúrate de que los niños a tu alrededor estén bien alimentados, descansados y se sientan seguros. La salud física y emocional es la base sobre la cual construyen todo lo demás. - Sé un modelo de respeto y empatía
Muéstrales cómo tratar a los demás con respeto, paciencia y comprensión. Los niños imitan lo que ven, y tú eres su principal referente en cómo se relacionan con el mundo. - Fomenta su contacto con la naturaleza
Llévalos al aire libre, enséñales a valorar y respetar el entorno natural. La naturaleza es un espacio perfecto para que exploren, imaginen y aprendan. - Involúcrate en sus comunidades
Participa activamente en espacios como escuelas, centros comunitarios o bibliotecas. Ofrece tu tiempo y recursos para mejorar las condiciones de vida y aprendizaje de los niños que no están cerca de ti. - Apoya políticas públicas que protejan y nutran a la niñez
Defiende los derechos de los niños a nivel social. Promueve y respalda iniciativas que aseguren su acceso a salud, educación, y bienestar en todas las regiones del país. - Inspira esperanza y confianza en su futuro
Hazles saber que crees en ellos, que sus sueños importan. Refuerza la idea de que son capaces de cambiar el mundo, y que cada pequeño esfuerzo que hagan tiene un valor inmenso.
Estos consejos invitan a los adultos a ser activos en la vida de los niños, tanto a nivel personal como en el contexto social más amplio, contribuyendo a su bienestar y desarrollo.
REVISTA CUCÚ
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Niños seguros y queridos.seran adultos empáticos y productivos para la sociedad