REVISTA CUCÚ Y EL JAGUAR – Octubre 2023
Vamos a jugar a ponerle nombres a los animales. Imaginemos que nos topamos con uno nuevo. Nos encantaría poder preguntarle: ¿Oye tú, cómo te llamas?
Seguramente su respuesta sería: un gruñido (grrr); un ladrido (guau, guau) (arf, arf); un rugido (grrroooar); un trino (pío, pío); un maullido (miau); un aullido (auuuuu); un relincho (iiiiiiih); un zumbido (bzzz); un mugido (muuu); un croar (croac); un graznido (cua, cua); un cacareo (clo, clo); un silbido: (ssss); un ronroneo (rrr, rrr); un bramido (ñaa, ñaa); un berrido (mee, mee); un chirrido (chirr, chirr); un canto (ooooh, aaaah) y muchas otras voces…
Es por eso que cuando somos bebés llamamos a los animales por su sonido: el guau-guau, el pío-pío… Pero muy pronto, con ayuda de los mayores, empezamos la formidable tarea de reconocer a los seres vivos, plantas y animales, que nos acompañan en este mundo.
A partir de láminas, tarjetas, fotos, videos y, por supuesto, los libros, enriquecemos nuestro vocabulario y con mucha naturalidad empezamos a desarrollar una taxonomía básica que nos permite entender los mecanismos y realidades de la naturaleza: “Estos viven allá”, “estos vuelan”, “estos se comen a estos otros”, “estos son fuertes”, “estos son veloces”, “estos tienen que vivir en el agua”, “estos necesitan agua/luz/aire/alimento para vivir”, “estos vivieron hace mucho tiempo y ahora ya no existen”, “estos están en peligro de que les pase lo mismo”…
Cada ser vivo tiene una historia, una razón de ser, una lógica maravillosa, una conexión esencial con los demás y una mágica forma de funcionar. Las frágiles y diminutas semillas se vuelven retoños que se transforman en majestuosos árboles; un huevo microscópico se convierte en una oruga que se envuelve como una crisálida y al cabo de unos días se libera como una mariposa; una sustancia tremendamente versátil es capaz de viajar grandes distancias, congelarse, evaporarse e infiltrarse en todos los seres vivos para darles vida; infinitas formas de “máquinas” biológicas se las ingenian para alimentarse, crecer, respirar, sentir, moverse, interactuar y participar de la generosidad del medio ambiente.
Más adelante comprendemos que hay ciclos, comienzos, etapas y finales, causas y efectos, necesidades y soluciones. Notamos cómo la naturaleza ha resuelto con gran habilidad los desafíos que se presentan para preservar el equilibrio de los entornos. Aprendemos términos complejos: fotosíntesis, germinación, metamorfosis, polinización, alimentación, reproducción, respiración, hábitat, biodiversidad, conservación…
Pero también nos estrellamos con realidades y términos villanos: deforestación, contaminación, polución, basura, incendios, sequías, exterminio… De repente las historias se tornan trágicas, los ciclos se interrumpen, las situaciones que la sabia naturaleza podía controlar se acaban y sus soluciones se vuelven insuficientes.
Nuestras jóvenes mentes se llenan de porqués que casi nunca tienen respuesta. Miramos con expectativa y angustia al adulto que tenemos más cerca, esperando sobre todo que nos diga qué podemos hacer. Nos contentamos con que por lo menos conteste con un gruñido (grrr)…
Seis pasos para crear a un(a) ambientalista
1 – Comprender el problema
Si examinamos juntos los ciclos de la naturaleza y todos sus componentes, nos podemos dar cuenta en qué momento se interrumpen por acciones externas, principalmente humanas. De esta forma podemos explicar los efectos, desde el cambio climático hasta las mareas de plásticos en los océanos.
2 – Activismo en casa
Incluso las acciones más pequeñas pueden marcar la diferencia: separar las basuras, usar menos plásticos, menos viajes inútiles en los vehículos, hacer compostaje, plantar árboles, tener una huerta, reciclar, reusar, reparar…
3 – Leer, comprender, conversar
La literatura ambiental es enorme y hay libros para todas las edades que van creciendo en complejidad junto con la sensibilidad y conciencia de los niños.
4 – Explorar, observar, maravillarse
Cada caminata por la naturaleza ha de ser una experiencia de apreciación de la diversidad de formas de vida que hay con sus luchas por sobrevivir y sus soluciones.
5 – Autoconservación
Los humanos también somos miembros del entorno que habitamos y necesitamos de las mismas riquezas de la naturaleza: el aire, el agua, el sol, los alimentos. Por eso es esencial que entendamos también nuestra fragilidad.
6 – Comunicar, participar, involucrarse
Promovamos que los pequeños aprendan, comprendan y sean capaces de explicar a otros familiares y amigos el mensaje. Con arte, con acciones, con el ejemplo, pero también formando parte de iniciativas ecológicas en la escuela, en el barrio y en la ciudad, la teoría se vuelve acción y se multiplica.
Con su recargada curiosidad, su exigencia de explicaciones, su energía infatigable y su inteligencia colectiva, las nuevas generaciones serán las que reparen este mundo tan maltrecho que les estamos dejando. ¡Contemos con ellos desde la cuna!
Guillermo Ramírez