Don Viejo

(Apuntes para un monólogo – 1a parte)

Foto: Dominika Roseclay

Hola, hola.
Mi nombre es Guillermo Ramírez
En realidad Hugo Guillermo
Mis padres querían que mi nombre fuera cacofónico y lo lograron.
Eso de los dos nombres es muy interesante, porque puedes tener dos vidas paralelas.

En el estudio y en el trabajo siempre fui Hugo. El de los apuntes imprudentes.
El que no se se podía callar en clase. El que prefería el chiste por encima de todas las consecuencias.

Aquí un ejemplo:

Estudié ingeniería y varios años después trabajaba en una empresa constructora de grandes proyectos de infraestructura de petróleos. Sus oficinas quedaban en un piso décimo.

Una mañana de un miércoles cualquiera empezó a temblar. ¡Fuerte!
Las mesas de diseño se empezaron a mover con mucha fuerza y todos empezamos a dirigirnos con afán hacia las escaleras.
Lo primero que se me ocurrió fue gritar:

«¡Tranquilos, no tengan miedo! Este edificio no lo diseñamos nosotros».
No duré mucho allí.

Siempre estudié con curas. En el colegio y en la universidad.
De pronto adivinan en qué universidad. Una que es un gran negocio.
El negocio de la Compañía de Jesús. O como le decíamos: Jesús y compañía.
Me acuerdo que una de mis imprudencias fue con el cura decano de la facultad de Ingeniería.
Caminábamos entre los lujosos edificios de la universidad y pasamos por un nuevo edificio en construcción.
«Padre, si éste es el voto de pobreza de ustedes, cómo será el de castidad».

Siempre tuve problemas para entender a la religión organizada.
Principalmente no puedo con el oficio de ser cura.
Si uno mira sus actividades diarias se da cuenta de que es un trabajo tenaz.
Veamos el primer ejemplo: La misa.
Tratar de encontrarle sentido a unas historias absurdas de un libro viejísimo lleno de contradicciones.
Imagínense, es como vivir en un mundo de fake news permanente en el que tienes que repetir las historias con la mayor seriedad. Mientras por dentro te estás mojando de la risa.

Un amigo ex-sacerdote me decía que lo más complicado era tener que enfrentarse a una niña de ocho, diez años. Super inteligente, llena de lógica natural y tener que explicarle todas las estupideces (no lo dijo con esa palabra) que contiene el libro.

A ver. Hagamos un recorrido. Comencemos por el principio.
Adán y Eva. El Supremo Hacedor pone a sus mejores creaciones, sus obras maestras, en una especie de reality y los enfrenta a unas pruebas pendejas, sabiendo que las van a fallar.
Tendría que saberlo y anticiparlo, pues el Viejito Cínico se supone que es infinitamente sabio, según nos dicen. Entonces, no debería haber sido sorpresa para Él que sus muñecos de prueba, sus conejillos de indias fallaran frente a la tentación.

Pero no. Tenía que crear un fruto prohibido. ¡Qué tipo tan perverso!
Y entonces los castiga implacablemente. Por toda la eternidad.
Y tendrán dolor y enfermedades y muerte física.
El Villano más traicionero y rencoroso que alguien pudiese imaginar.
Pero el árbol prohibido había sido creado por Satanás.
¿Pero quién creó a Satanás?
Si todo lo creó Dios entonces Satanás también es obra de Dios.

¿O no, padre?
Y la niña lo mira con ojos inquisitivos.

Una tortura intelectual que puede ser peor para alguien con tres dedos de frente. Una Santa Inquisición invertida. ¡Y siguen las historias! Y siguen las preguntas de los niños.

Luego Dios se pone a hablarle al oído a Abraham. Y le dice que mate a su hijo.
Y luego, cuando está a punto de hacerlo… No mentiras, era una prueba.
Como para un reel de TikTok.
¡A ver! Explíquenle a un niño de ocho años toda esa historia.
Entonces el tal Dios no sólo es cínico, vengativo, infinitamente cruel, sino que además es un desgraciado mamagallista. Como en los videos de cámara escondida. Al final el Presentador señala cada una de las tres cámaras ocultas y Él y la víctima se ríen a carcajadas. Y ponen risas pregrabadas del público.

Y así nacen, a partir del pobre anciano Abraham, las tres más grandes religiones del planeta.
Eso explica mucho de la humanidad. Todas se basan en poner esas cámaras escondidas a vigilarnos permanentemente y a llevar un puntaje que al final nos pondrá en un cielo de felicidad, dependiendo de si oraste cinco veces al día, o dejaste de comer ciertos animales, o te pusiste el velo para salir a la calle, o te diste la bendición al pasar frente a un templo o cuando despega tu avión.

Frente, ombligo, tetillas. (Hago la señal de la cruz exageradamente)

En mi caso, siempre me tranquiliza, al despegar el avión, ver a una vecina darse la bendición. Perfecto. Su Dios está conectado con ella. En modo avión. Nada nos va a pasar.

Lo grave es cuando alguien de la tripulación se da la bendición. Ahí sí, ¡qué susto! Ella sabe algo…

Pero sigamos con el trabajo de la cátedra religiosa.
Imagínense pasar uno toda su vida explicando el diluvio.
Y entonces, arrasó con toda la humanidad. Primer genocidio universal.
Pero les permitió crear un arca. A una familia escogida. Con un presupuesto inmenso para construirla. Sin contratistas, sin proveedores, sin interventoría, sin tres cotizaciones. Noé e hijos, constructores.
Y ponen a los leones y a las gacelas en el mismo barco. Temporalmente vegetarianos los primeros, seguramente. Y no sé por qué razón permite que suban al macho y la hembra del ornitorrinco. Y cómo manejan las múltiples formas de excrementos durante cuarenta días y cuarenta noches. Una maravilla de ingeniería, hay que admitir.

Y cómo explicar la historia tan simpática del Rey Salomón que iba a cortar por la mitad a un bebé. 50/50 o «llamar a un amigo».
Sabio.

Y contar que el Viejito rabioso e impulsivo arrasó con dos ciudades rumberas: Sodoma y Gomorra.
Y porque Sara se volteó a mirar, ¡sas! La convirtió en una estatua de sal.
Primer feminicidio. También misógino el desgraciado.

Aquí me viene a la mente el caso de 1945. Se arrasan dos ciudades inocentes; Hiroshima y Nagasaki.
Y hay fotos de un sacerdote bendiciendo antes de partir a los dos aviones que llevaban las bombas.
Pero no nos desviemos del tema.

Porque viene la otra mitad del libro sagrado. La segunda temporada. La secuela. El «nuevo» testamento.
Que parece encargada por un productor distinto. Cambio de plataforma. No siempre las segundas partes son buenas.

Y entonces hay que explicarle a los mocosos preguntones por qué, si alguien quería mucho a su hijo, cómo fue que lo mandó a la Tierra para que lo masacraran los hombres.

Bueno, el «cómo» también es un lío. Resulta que ese Dios ejemplar, el Súper Influencer, abusando de su posición de autoridad convence a una menor de tener a su hijo, literalmente, por obra y gracia del Espíritu Santo. Una especie de intermediario en un trío complicado. Muy hábil además, porque no dejó ninguna huella de su violación. La víctima quedó intacta. Virgen… santísima.
El primer caso de «Me too». Nunca denunciado. No hay pruebas.

Luego, en vez de hacerse presente y responder por su hijo, el Padre irresponsable se ausenta. Padre ausente confeso. Uno no le hace eso a un hijo. Y menos lo abandona a su suerte. Merecida demanda de alimentos, por lo menos.

Y todo eso hay que contarlo debajo de unas imágenes colgadas en las paredes de las iglesias mostrando el proceso de la masacre de este pobre tipo. Una especie de Instagram.
Paso a paso, estación por estación.

Y aquí le hicieron esta tortura. Y aquí le pusieron esta corona de espinas. Y aquí le pusieron vinagre en las heridas. Y en este CAI lo interrogaron.

Los niños pasan de viñeta en viñeta y en sus ojos se puede ver… ¡su fascinación! Ah, porque no hay nada más puro que la curiosidad morbosa de los niños. Cuadro a cuadro en realidad aumentada, los personajes saltan de la escena en 3D.

¡Ah! Pero hay que proteger a los pequeños de la violencia de los medios amarillistas que muestran escenas terribles, dicen las tuiteras rezanderas.

Pero son felices llevando a los niños a ver al Señor Caído de Monserrate. Yo todavía no puedo sacármelo de la cabeza. Y ningún buscador de las redes sociales clasifica esa imagen como «No apta para menores». Los padres montan a sus niños en los hombros y los acercan para que vean bien los detalles. Mire, mijo. Alimente sus pesadillas.

Y la niña pregunta ¿por qué si en el Antiguo Testamento era capaz de arrasar con pueblos enteros, matar a los primogénitos, mandarles plagas, inundaciones, piojos, moscas, granizo y otras barbaridades, en el Nuevo Testamento, no hizo nada por su hijo?

Y la respuesta es que «Dios actúa (repitan conmigo) de formas misteriosas». Punto. Cerrada la discusión.

Pero sigamos con el día a día de los curas.
Qué hartera las confesiones.
¿Han visto las colas de las que se van a confesar?
Imagínense tener que oír los «pecados» de toda esa gente.

¿Cuánto tiempo hace que no te confiesas, Marujita?
Ocho días, Padre.
Y en esta semana, ¿Qué carajos hiciste para estar asustada del infierno?

Siempre los curas ponen la mano en su cabeza para simular que están escuchando.
Pero en realidad es para evitar cabecear. ¡Qué tortura!

Y de allí, tener que salir corriendo a darle el último golpe de engaño a un moribundo. Y ponerle una sustancia en la frente. La extrema unción. Algo así como el sello de tinta invisible que te ponen al entrar a un club nocturno. Sólo se ve en la oscuridad. Porque a donde vas, no hay luz.
Y garantizarle que fresco, que por tus últimas líneas en este drama cómico llamado vida, tendrás garantizada la salvación. Sin ninguna vergüenza seguir engañando a la gente hasta el último momento.
Y la gente descansa en paz.
Mejor dicho descansa en paz de las mentiras y de la vigilancia constante. Se apagan las cámaras escondidas, las fotomultas.

Y viene la ceremonia de entierro. Con los discursos de cajón literalmente para el desconocido que está… en el cajón. Supongo que de ahí viene la expresión: «Frases de cajón».

Gran persona, gran hijo, gran hermano, gran vecino…
Gran marido, (pregúntenle a todas sus mujeres).
Gran padre, (el Diomedes del pueblo).
¿Cómo podrá continuar la humanidad sin la presencia de… Jairo (vacila antes de mirar sus apuntes) perdón Juan, sí, Juan Ernesto?

Y a la hora siguiente un matrimonio.
Y miran con misericordia a la pareja y mentalmente apuestan cuánto van a durar.
Yo digo que les podrían preguntar por qué se casan. ¿Acaso no pudieron arreglar las cosas amistosamente?

Muy duro el trabajo de los curas. Veinticuatro horas de hipocresía.

En general siempre he tenido problemas con todas las estructuras llenas de jerarquías
Todos entran por la misma puerta. En el ejército, en la iglesia. El soldado raso y el seminarista.
Uno no ve en el periódico un aviso de empleo solicitando un general con experiencia o un obispo entrenado. Enviar hoja de vida. Son organizaciones que cultivan a su propia gente desde el día cero.

Su eje fundamental está en ir ascendiendo en la pirámide jerárquica y para eso hay que pararse encima de los que están más abajo. A medida que van experimentando todas las presiones y maltratos del que está encima, van acumulando un deseo de venganza y retaliación que sólo se podrá curar con un ascenso.
Y cuando lo logran, se dan cuenta de que el nuevo nivel trae privilegios, pero también mayores compromisos.

Por un lado tienen que dejar pasar la porquería (llamémosla así) que desciende de los que están arriba y distribuirla entre los que están abajo. Y por el otro lado, tienen que lograr hacer méritos y mostrar resultados para seguir escalando. Cueste lo que cueste.
Incentivos perversos y las consecuencias también son perversas. Y en números aterradores.

Hace poco, mejor dicho, el veinte de julio, propuse en redes que el desfile militar debía ser únicamente de 6.402 jóvenes del ejército. Que se formaran en filas de 10, separadas dos metros entre sí.
¿Lo visualizan? Seiscientos cuarenta filas de 10 y al final una fila de dos muchachos.
El desfile tendría una longitud de 1,2 kilómetros. Unas doce cuadras.
Más o menos empezaría en el puente de la calle 116 de Bogotá y terminaría en el de la 127.
De esta manera podríamos entender la magnitud de la cifra. 6402.
Luego haríamos que sonara un disparo cada segundo y al sonar, cada joven simularía morir.
¡Pum!… ¡Pum!… ¡Pum!…
Los disparos tendrían que seguir sonando durante una hora y 48 minutos.
¡Pum!… ¡Pum!… ¡Pum!…
Al final tendríamos la imagen en el suelo de todos los llamados falsos positivos que se han reportado.

No sé.
Estupideces que se le ocurren a uno.

Mi otro nombre es Guillermo
El abuelo, el viejo. Pero esa es otra historia…

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