Con mi esposa, somos abuelos desde hace casi una década, «oficio» muy entretenido por muchas razones, pero principalmente por la inmensa irresponsabilidad que conlleva y la gran permisividad que viene definida en la descripción del cargo. Si la paternidad y la maternidad fueron un trabajo de tiempo completo, para el que nunca estuvimos realmente preparados y nos tocó aprender minuto a minuto, sin llegar nunca a pasar del nivel de novatos, la «abuelidad» en cambio nos permite ser imperfectos, incorrectos, irreverentes, imprudentes e informales, sin que pase nada.
Atrás quedaron los tiempos en los que cada interacción con los hijos era una lección para ambas partes que muchas veces se tornaba en conflicto de intereses y tensión generacional. Ahora, la relación entre los muy jovenes y los muy veteranos está resuelta facilmente y se basa en la abdicación del poder de los últimos ante la sublime tiranía de los primeros. Todo enmarcado por un componente esencial: el humor.
Uno de los retos más comunes que enfrentan los niños de hoy es la interacción con los adultos, predominantes en la mayoría de los eventos cotidianos fuera de su escuela. Haciendo cuentas, mi bisabuela contaba facilmente con una veintena de nietos, mi abuela con una docena, mi madre con siete, y yo, con una sola. Las reuniones familiares en mi infancia eran sinónimo de reunión de primos y bullicio de niños. Hoy es muy común que los niños se encuentren en la situación de ser el «nieto único» de la familia.
Por esta razón es buena idea prepararnos para ser esos compañeros de diversión que los niños esperan encontrar en sus abuelos, disfrutar y acoger las grandes diferencias generacionales y comprender que todos los encuentros son oportunidades indescriptibles de aprendizaje, principalmente para nosotros… Y de mucha risa.
Algunas sugerencias:
1 – Leer divertidamente. Hay que invitar a señalar con el dedo, repetir palabras chistosamente, hacer sonidos de animales, cambiar las voces según el personaje, salirse del libro y buscar objetos relacionados, turnarse en el diálogo, encontrar otras cosas en las imágenes, alterar las tramas, inventarse finales distintos, acercar los escenarios a la cotidianidad, buscar relaciones diferentes de los hechos y los protagonistas, agregar música, movimiento, risas y silencios dramáticos.
2 – Conversar jocosamente. Narrar historias con chispa no es tan difícil si se agregan personajes humorísticos, pero mejor si el sujeto de la comicidad es uno mismo. Recordar aquellas situaciones que en su momento fueron absurdas e incluso difíciles pero que nos hicieron pensar: «algún día nos reíremos de esto». Una regla de oro en todo caso debe ser que sólo podemos burlarnos de nosotros mismos y jamás poner en la mira de una historia a ningún pequeño. Dejar que ellos voluntariamente aporten sus experiencias propias a la conversación y poco a poco aprendan a extraer la comedia escondida en cada situación por muy dramática que nos parezca.
3 – Desbaratar el lenguaje. Las palabras permiten jugar con ellas, los malentendidos, los equívocos, las ironías hacen que las historias sean hilarantes. Todos debemos aprender a deshojar las capas de sutilezas que pueden envolver una situación para comprenderla y, consecuentemente, perfeccionar la capacidad de recontar la historia con toques de humor verbal. Las tertulias familiares permitirán a los niños reconocer la forma en que cada uno de los adultos agrega ingenio y condimento a sus historias para convertirse ellos mismos en narradores exitosos.
4 – Observar activamente. El comportamiento humano es fuente inagotable de situaciones que merecen ser registradas y convertidas en historias. Una simple sesión de observación de la gente en el parque o en una calle concurrida, puede generar conversaciones interminables. ¿De dónde vienen? ¿Para dónde van? ¿Cuál es su afan hoy? ¿Qué estarán pensando?
5 – Entrenar en el humor. Como todo «oficio», el de contador de historias requiere práctica y dedicación. También hace falta aprender de los maestros y capturar sus técnicas. Los juegos de palabras, los chistes de una sola línea, los chascarrillos y otras formas de humor verbal pueden alimentar el repertorio de los niños para ayudarles a romper el hielo e integrarse en los grupos tanto de parientes adultos, como de sus amigos contemporáneos.
Tal vez no logremos ser los mejores abuelos, pero al menos podemos ser los peores comediantes.
O al revés.
Guillermo Ramírez
(Artículo publicado en REVISTA CUCÚ – Edición CUCÚ Y LA RISA)