Llegó la hora de que los niños se tomen la educación y cambien este mundo. ¡En serio!
La conversación comenzó a raíz de una fotografía de una mujer levantando una pancarta de protesta que dice «No + racismo». La pregunta de mi nieta no se dejó esperar: «Abuelo, ¿qué es racismo?»
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Exactamente esa fue mi respuesta. Un silencio largo e incómodo. ¿Cómo explicar algo que no tiene explicación? ¿Cómo contarle a una niña de seis años que existe una palabra que identifica a las personas por su color de piel? ¿Cómo entender que alguna vez los seres humanos decidieron que había que clasificar a las personas y que los de un grupo sí y los del otro grupo no? ¿Cómo contarle que en alguna época las personas de una raza compraban y vendían a las de otra? ¿Cómo decirle que había baños para la gente de «color»? ¿Cómo decirle que todavía hay en la cabeza de muchos (muchísimos) ese sentimiento de superioridad?
Esto me llevó a pensar que el cambio en las sociedades y en los pensamientos sólo se puede hacer a partir de las nuevas personas que llegan a este mundo a preguntar, a cuestionar, a exigir una explicación (como diría Condorito). Pero el cambio no debe ocurrir en ellos sino en nosotros. No son ellos los que deben resolver este mundo «cuando sean grandes», sino somos nosotros, inmediatamente, los que debemos dejar de ser «grandes».
Es increíble cómo descalificamos a los pequeños con frases como «ya entenderás cuando crezcas», «eso es cosa de grandes», «no te preocupes que eso es lo resuelven los adultos». Y entonces yo planteo, con toda franqueza, que si hay algo que no puede entender una mente infantil es porque está muy mal. Si no podemos explicar o comprender algo desde el punto de vista de alguien que nos llega a la cintura es porque «eso» es realmente incomprensible.
Es por eso que debemos ponernos «a la altura» de los pequeños para ver el mundo. Acurrucarnos y acercarnos más a la tierra para empezar a buscar explicaciones y soluciones. Ellos saben más porque están más cerca de la tierra que nosotros. Podemos decir que su cabeza está más «aterrizada» que la nuestra. Nosotros lamentablemente crecimos y nos alejamos de la realidad.
Los adultos, los grandes, los crecidos, los maduros, los estudiados, los diplomados, los recorridos, los experimentados, los doctorizados, los masterizados, los académicos, los graduados, los de la experticia, los del gordo curriculum vitae, los de los títulos, los de las notas al margen, los referenciados, los de las comisiones de sabios, los asesores, los consultores, los blogueros, los tuiteros, los youtuberos, los analistas, los columnistas, los opinadores… creemos que sabemos. Pero no. ¡No sabemos nada!
Los que saben son aquellos que están siempre en modo de pregunta. No aquellos que están en todo momento a punto de interrumpirlos para imponer su propia respuesta, su punto de vista, su distorsionada o ignorante o contaminada o prefabricada o formulada o supersticiosa o tendenciosa o revolucionaria o dogmática o cínica o políticamente «incorrecta» realidad.
Ciudadanía, ecología, alimentación saludable, tecnología, convivencia son temas que ya no pueden dejarse en manos de los adultos. ¡No pudimos!
Ayuda.
Para resolver problemas, dicen los que hacen «coaching», hay que pensar «fuera de la caja». Así que tenemos que salirnos de esa caja de adultez en la que nos hemos metido. El primer paso para resolver un problema que involucra a las personas consiste en ponerle «empatía» al asunto.
Hay que ponerse en los zapatos de quienes están sufriendo el problema y en eso los niños son expertos. Son capaces de detectar y sufrir lo que otros están sintiendo con natural empatía. Se ríen sin realmente entender el chiste, se ponen tristes porque ven estrés y angustia en sus acompañantes de vida, se preocupan y quisieran ser partícipes de la solución o por lo menos, de la comprensión del problema que lleve a esa solución.
¿Por qué no hay ningún niño en la junta directiva de las empresas? ¿En las reuniones de ministros? ¿En las sesiones de planeación de las ciudades? ¿En la planeación de la educación?
Especialmente en esta última es donde menos empatía existe para la resolución del problema. Nunca nos ponemos en los zapatos de los niños y los jóvenes para entender sus necesidades y preocupaciones.
No estamos atentos para escucharlos sino que les exigimos silencio, marcar la fila, mirar al frente, comer con la boca cerrada, tomar nota, seleccionar la respuesta correcta, repetir la fórmula, escribir lo dictado, recitar la lección, seguir los instructivos, cumplir con los procedimientos, llenar el espacio en blanco, completar la frase, entregar la cartilla resuelta, cumplir con la programación, no salirse del margen y sentarse derechos.
En estos días de confinamiento, muchos hemos encontrado que al entregar la responsabilidad y el control a los niños de su tiempo y de su ritmo, les hemos dado la oportunidad de desarrollar su autonomía y ejercer el mando del aprendizaje. Los resultados han sido variados, como en todo grupo de niños, pero he podido presenciar (está bien, a distancia) muchos ejemplos.
- Una serie de intentos de grabación fallidos en el que Mariana y su compañero Julián se turnan para explicar su investigación sobre (literalmente) «Formas de salvar el planeta». La presentación habla de plásticos en botellas, carros eléctricos, que «no te dé asco» recoger las basuras y que recordemos que cada hoja de papel fue alguna vez un árbol. Cada video tuvo que ser desechado porque el hermanito menor se metió, («¿Estás haciendo oooootro video?»), porque el perro ladró, porque las palabras se trabaron, porque alguno se atacó de risa, porque el micrófono no se activó a tiempo, porque el cambio de diapositiva (perdón por la palabra tan del siglo veinte) no estuvo a tiempo, y así. Los videos del proceso son tan interesantes y poderosos como el producto final.
- Una foto de Emma, de dos, conectada con Belén, de seis, y su tutora de inglés María, tía de ambas. En la escena, la mayor le está leyendo un cuento a la otra. Cada una a kilómetros de distancia. La atención en cada extremo de la fibra es intensa y las risas se transmiten a través de ella a la velocidad de la luz.
- Otro video. Esta vez es Mateo, quien ha puesto a grabar el debate que hizo sobre la fuerza de las redes en la transmisión de noticias falsas. La discusión es muy profunda y salen aportes muy interesantes a partir de preguntas muy serias. Los invitados al debate están sentados, nerviosos, cohibidos, en el sofá de la sala. Se nota que es la primera vez que los adultos están en un podcast y que su hijo de once es un veterano de este medio.
- Maestros de música y arte que logran coordinar y editar docenas de videos y audios en una producción impecable de la presentación final del coro de un colegio. Cada segmento requirió del trabajo intenso de cada familia para grabar en el sitio más silencioso de la casa, con las mascotas controladas, con los instrumentos afinados, con la letra aprendida y los tiempos de pausa perfectamente calculados. Los resultados son sobrecogedores.
- Galerías en línea de los trabajos de los niños despliegan al mundo entero la creatividad, ingenuidad y artesanía de los pequeños en obras que ahora se exponen en esta puerta de nevera universal que es la red.
Las lecciones aprendidas son muchas y si bien es cierto que muchos niños no han podido alcanzar este tren de oportunidades que se les presenta y que los deja atrás sin que haya sido su culpa y por circunstancias que sólo los grandes pueden resolver (conexión, aparatos, tiempo de atención), también una gran mayoría se están tomando muy en serio esto de aprender desde lejos.
Así que el llamado es para los adultos, para que regresen a la escuela, de la mano de un niño.
Qué suerte tengo de tener una nieta que me explica todo.
Guillermo Ramírez – Junio 20 2020
(Gracias a Ángela M. por hacer eco de esta mini revolución)