Si hay algún aspecto de la vida humana que ha sido sacudido con violencia en este semestre es la educación. Lo que teníamos AC (Antes del Covid-19) no se parecerá en nada a lo que viene DC.
Los que estamos metidos en el cuento de la educación (es decir, todos los seres humanos) hemos tenido que «cambiar el chip» (como diría alguien en la calle) o «reinventar el paradigma» (como diría alguien en la academia) en estos días.
Por todas partes se exhiben palabrejas que puedan describir lo que le está pasando a la educación en cuestión de semanas («virtualización», «reinvención», «nueva normalidad», «hogarización», «tele-educación», «flexibilización») todas ellas con buenas intenciones.
Pero también resurgen, como pájaros fénix, otros conceptos aterradores como «brecha digital», «desigualdad informática», «analfabetismo cibernético», «tele-desconexión», «inequidad virtual», «sociedad offline».
Tal vez no hay otra forma más clara de ver el abismo existente entre la sociedad que está «ON» (con todo lo que necesita a un proverbial «clic de distancia») y la que está «OFF» (lejana, desconectada, inexistente), que poner a lado y lado a un niño de cada una.
El niño «ON» se conecta, abre su correo, entra a su aula virtual, atiende su video conferencia, descarga sus documentos, realiza sus actividades, responde su cuestionario virtual, chatea con sus pares, realiza un meme con la foto de uno de sus maestros, lo viraliza en redes, explora sitios permitidos y otros no tanto, comenta el video que circula por allí, califica la serie que sus padres creen que no está viendo, navega de incógnito, hace pipí y luego va a desayunar. El niño «OFF», no.
Para bien y para mal, la cuarentena ha expuesto muchas realidades y ha reactivado la noción de que para muchos niños y jóvenes (¿todos?) su vida es el jardín, el colegio y la universidad. Incluso, para decirlo muy crudamente, muchos niños desayunan o almuerzan «decentemente» cada día porque van al colegio. El colegio es el lugar en donde pueden tener agua, alimento, techo, cariño. Es el «primer hogar» de muchos. En todos los estratos.
La mayoría sólo tienen relacionamiento social y actividad física porque se encuentran cada día con sus amigos en unas instalaciones protegidas y limpias en donde el «mundo de afuera» no les afecta y pueden dedicarse a alimentar su mente y su cuerpo de educación.
Todo ese universo seguro y abrigado no puede reemplazarse ni simularse «en casa» por más esfuerzos que hagan los adultos cercanos y lejanos. Las familias están compartiendo los mismos espacios, las mismas herramientas, las mismas horas (y el mismo aire) con gran dificultad para copar las necesidades de trabajo y estudio de cuatro y media personas en promedio (1) en cada hogar de ciudad.
Por su parte, los maestros que en su mayoría basan su oficio en el acercamiento, en el escuchar activamente, en el diálogo cara a cara, se encuentran con una frustración inmensa que un teclado y una cámara no alcanzan a compensar. También se aterran de pensar en un regreso a un escenario de relacionamiento distanciado, de conversación «antiséptica y con tapabocas». Muchos tienen dudas de que habrá un «regreso».
Lo estamos haciendo bien / terriblemente mal
Cada escuela, cada curso, cada estudiante, cada padre, cada madre y cada maestro (también cada ciudad) ya han tenido la experiencia de haber sido arrojados sin salvavidas a un océano desconocido llamado educación «virtual».
Algunos han sobrevivido y siguen chapoteando y respirando. Otros (muchos) se han resignado a que el balde lleno de cemento en el que tienen sus tobillos los lleve al fondo. Se han dado cuenta de que lo que entendían por educación no funciona en este nuevo ecosistema.
Lo cierto es que este mar de frustraciones puede convertirse en una oportunidad gigantesca para «reinventar» (perdón, se me escapó) para siempre la educación como la conocemos.
A continuación, mi propuesta modesta y tímida.
1 – La verdadera aula virtual
El escenario de la nueva educación, (en adelante la denominaré solamente «educación» y le agregaré el adjetivo «tradicional» cuando me refiera a la antigua, a aquella de hace unos meses, para no ofender), no son los aparatos, como se piensa. No se trata de resolver un problema tecnológico de conexión, acceso, pantallas, cámaras, micrófonos y aplicaciones para tener esa educación. Tampoco se puede pensar que hay que esperar a que tooodos tengan la instalación óptima para empezar a volverla realidad.
Cuando lanzamos el primer programa virtual hace más de quince años en una de las universidades en las que estuve, la primera persona que se inscribió vivía en Puerto Carreño. (2) Ella tenía que ir al café internet de la plaza de su ciudad para conectarse a su clase sincrónica una vez a la semana y dedicar al menos dos horas diarias a completar sus deberes juiciosamente. Mientras tanto, muchos inscritos que vivían en la capital, con todas las facilidades tecnológicas, desertaron a mitad de camino con infinidad de excusas.
El aula virtual es, simplemente, un lugar de encuentro de un grupo de personas (ojalá no más de 24) (3) que, ante todo, quieren formar una comunidad alrededor de la educación. A diferencia del aula real de ladrillo y cemento, no tiene límites físicos, no se sientan los participantes en filas y columnas mirando al frente para esperar a ver «con qué sale» hoy el profesor. No han llegado allí porque los obliga el timbre o la campana, y si el cuerpo dice «presente», a veces la mente no llega y se queda en el patio de recreo.
Los profesores de antaño empezaban las clases con: “Abran el texto en la página 157”. Los profes de hoy dicen: “¡Vamos!”
El gran error es querer reproducir el aula de ladrillo y cemento con la tecnología de última generación. Se piensa que hay que poner a los niños a «mirar al frente» a una hora determinada para ver lo que ha preparado el maestro (con todo esmero y dedicación) para hoy. Hay tableros digitales que simulan la vieja aula (para los que todavía añoramos la tiza) (4) y permiten que se «dicte» la clase. Al otro lado de la fibra óptica, gracias a los gigahertz y los gigabytes, asumimos que los estudiantes están escuchando y «tomando atenta nota» de todo lo que decimos. No siempre es así.
La verdadera aula virtual no tiene muros, no tiene pupitres alineados, no hay niños adelante y atrás. Todos están a la misma distancia de los materiales y de los «conocimientos» que el anfitrión del curso propone. Todos tienen la capacidad y la oportunidad de participar, compartir, expresar, exponer, evaluar, aportar y lucirse. Todos pueden pasar a ser anfitriones en un momento determinado. Todos enseñan, todos aprenden. (5)
2 – La esencial socialización
Los encuentros sincrónicos son indispensables, claro que sí. Pero deben ser para traer las cosas buenas que sí tiene la educación tradicional (la interacción, la camaradería, la informalidad, la disciplina de cumplir una cita). A primera hora de la mañana, para no perder la costumbre de madrugar, debemos reunirnos para «llamar lista», para sentirse en la escuela. Todos peinados y vestidos (aunque estemos en pantuflas) nos vemos, nos saludamos, expresamos nuestra humanidad y reportamos «supervivencia».
Pero también puede haber encuentros con fin académico. Mañana tendremos a la profe Beatriz que nos acompañará desde Buenos Aires y nos contará esta historia. El jueves a tal hora, Juan desde Suba, junto con Manuela desde Valledupar y Francisco desde Madrid (España) nos presentarán su trabajo de investigación, (o su cortometraje, o su concierto, o su obra de teatro, o su coreografía, o quién sabe qué se les habrá ocurrido). El profe observa, escucha. Aprende. Se deja sorprender. Se emociona.
Y aquí pongo en mayúsculas una de las oportunidades que estamos desaprovechando de la forma más descuidada y negligente cuando hablamos de educación virtual: ¡NO HAY FRONTERAS!
No hay ninguna razón para que sigamos pensando que los niños, los maestros y los contenidos deben quedarse dentro de los muros de mi institución educativa. ¿Por qué no puede haber aulas interinstitucionales? Profesores de aquí y profesores de allá trabajando juntos, estudiantes de un colegio privado con estudiantes de un colegio público, de diferentes ciudades, de diferentes estratos, de diferentes países, de diferentes edades, de diferentes barrios.
¿Por qué mi nieta no puede pertenecer a un aula internacional en la que intercambia, comparte, explora, crea, convive, conoce y cultiva experiencias con niños de «otra parte»? ¿Cuál va a ser la escuela, el ministerio, o el maestro que se va a atrever a crear realmente una educación sin fronteras, sin envidias, sin egoísmos, sin comparaciones, sin protagonismos?
Todo lo malo y vicioso de la educación tradicional (muros, rejas, propiedades intelectuales, posesiones contractuales, activos intangibles) se lo queremos inyectar a la educación virtual.(6) No somos conscientes de que ésta se basa precisamente en la apertura, en la creación colectiva, en la generosidad y modestia de los autores, en despojarse de la necesidad de protagonismo y figuración.
3 – Las herramientas infinitas
La educación que podemos tener (ya) es una excursión ilimitada. Los recursos, aplicaciones, plataformas, «widgets», módulos, complementos, etc. están ahí. ¿Cuál debo usar? La respuesta es: ¡Ése!
Usemos lo que usemos, el problema no es el software. Todo sirve y todo no sirve si se usa para el propósito equivocado. La educación no debe ser aprender a usar aplicaciones que van a ser superadas por otra marca o modelo en cinco minutos. Lo que se consideraba como el «estándar» de la industria (o el «estado del arte», como dirían los investigadores) muy pronto estará superado por esa herramienta que están cocinando por allí en algún garaje. Entonces tenemos que ser hábiles y astutos para poder cambiar a la nueva forma de hacer lo que hacíamos de aquella manera (¿se acuerdan de Skype?) y tener muy presente que las habilidades informáticas son efímeras como burbujas de jabón.
Escoja y hágale. ¿Escogió mal? Pásese a la otra.
La oportunidad es ahora
Las instituciones educativas (jardines, colegios y universidades) están a unas semanas de cometer una gran equivocación: ¡IRSE DE VACACIONES!
El plan debería ser:
1 – Reajustar las materias
Los niños hoy tienen que «atender» a unos 8 o 9 profesores/materias. Eso invita a que no atiendan ninguna o las vean con ligereza e improvisación.
¿Por qué no reducirlo a proyectos trimestrales? En vez de «ver» nueve asignaturas superficialmente y estresarse y estresar a todos sus maestros y padres, crear proyectos transversales que tengan un énfasis diferente cada trimestre.
Ejemplo: 1er trimestre – Proyecto intenso en «Ciencias» – 2º trimestre – Proyecto intenso en «Humanidades» – 3º trimestre – Proyecto intenso en «Artes».
Simultáneamente, «atender» otras dos materias: lenguas. (Literatura, comprensión lectora, expresión, conversación) y una electiva.
¿Y qué pasó con matemáticas? Incluirla en todos los proyectos.
2 – Reajustar los grupos
Grupos internacionales, interregionales, interescolares, intergeneracionales, interbarrios… Máximo 24 estudiantes. Profesores invitados. Cada niño puede acoger a otros dos. Educación entre pares. Promoción de la coeducación No solo mis amigos. Amigos de todas partes del mundo.
Alianzas entre las instituciones educativas, privadas y públicas. Ensayemos en «vacaciones» con cursos pilotos.
Soporte a los padres también desconectados o desactualizados. Cursos de «vacaciones» también para maestros.
3 – ¡Arrancar!
Algunas ideas complementarias:
- Crear cuentas de correo para todos los niños (desde preescolar) con el dominio de cada colegio.
- Colaborar entre profes para que los contenidos sean dinámicos, vivos, interactivos, atrevidos, imprevisibles.
- No trasladar todas las «taras» de la educación tradicional a la educación virtual. Planeaciones, reportes, exámenes, rúbricas, deberes, conferencias, pasividad, claustrofobia.
- No mudar los “materiales” de antaño al aula virtual. Estáticos. Preformateados. Llenos de plantillas prediseñadas. Evitar la impresión.
La educación virtual no será una anécdota más para recordar de este año que avanza. Muy pronto hablaremos de ella con tal naturalidad como decimos «comercio electrónico» o «videoconferencia» o «red social». Llegó abruptamente a todas nuestras casas pero se quedará para siempre.
Guillermo Ramírez – Junio 1º 2020
Notas
(1) «Seguimiento y evaluación a la estrategia Aprende en casa» – Secretaría de Educación de Bogotá – Abril 2020. (Arriba)
(2) «Ok, Google, ¿distancia de Puerto Carreño a Bogotá?» Respuesta: 20 h 7 min (969.2 km) por Carretera 40. (Arriba)
(3) Está demostrado científicamente que si uno escribe una cifra con vehemencia en un artículo, obtiene mayor credibilidad. En realidad, me gusta el 24 porque se puede dividir en grupos de 2, 3, 4, 6, 8, 12. (Arriba)
(4) En alguna parte de mi libro «El Profe Virtual» contaba que la educación nuestra de hace más de cinco décadas se basaba en las «3 T» del maestro: «Tablero, Tiza y Tabaco». (Arriba)
(5) ¡Cliché alert! (Arriba)
(6) Son mis niños, mis maestros, mis métodos, mis materiales, mis exámenes, mis experiencias, mis trayectorias, mis secretos. (Arriba)