«¡Comienza matando a alguien!»
Ese consejo se lo daría a alguien que quisiera cautivar a un lector con su escrito. Lo ha usado García Márquez y lo acabo de usar para engancharlo a usted en éste.
Es el resumen de la técnica utilizada por un maestro intangible e incorpóreo que decidió poner a toda la humanidad, sin excepción, en su aula de clase para enseñarle un par de cositas en este año que terminó.
Y todos pusimos atención.
El 2020 podrá ser el año que ninguno quiera recordar, pero también será el que mayores enseñanzas nos trajo. Con crudeza, con implacable eficiencia, porque «la letra con sangre… entra».
El Covid es el maestro «cuchilla» que nos reventó en el primer examen parcial y nos puso a estudiar intensamente el resto del periodo para terminar pasando apenitas la materia al final.
Pero en este caso, lamento decirlo, apenas vamos en el primer parcial.
Sin embargo, las lecciones han sido muchas, desde cosas trascendentales sobre nuestra misma existencia hasta aspectos prácticos que van a cambiar la forma en que hacemos las cosas más triviales.
Aprendimos matemáticas para entender gráficos, curvas, porcentajes y probabilidades; aprendimos comercio electrónico, comunicaciones virtuales, redacción de memes, detección de falsas noticias; comprobamos que la mayoría de desplazamientos en esas máquinas tragadoras de combustible no renovable eran innecesarios; entendimos que el aleteo de una mariposa (bueno, un murciélago) en un lado del planeta puede tener efectos devastadores en toda su superficie.
Entendimos la interconexión y la dependencia; la vulnerabilidad y la resiliencia; la cooperación y el sacrificio. Descubrimos que somos fácil presa de los extremismos como partículas magnetizadas que se dejan arrastrar por los polos.
Murió mucha gente que no debería haber muerto, es cierto. Todos tenemos a alguien muy querido y cercano o alguien muy famoso a quien vamos a extrañar enormemente. En el primer caso, nos duele enormemente no haber podido acompañarlos en sus últimos momentos y celebrar sus vidas en la forma en que se merecían y con la gratitud que se usaba en otros tiempos. En el segundo, nos parece que se fueron más ídolos que de costumbre.
Como los números de una lotería oscura o como minúsculos meteoritos que golpean al azar a un transeúnte, la elección de los que se fueron fue injusta y cruel. Nos llenaremos de explicaciones: que no debería haber ido a esa reunión, que no debería haber tocado ese billete o esa bolsa o esa manija de la puerta, que fue por su edad, por sus antecedentes de salud, por su sociabilidad, por su genética, por su cuadro inmunológico, por estar en el lugar equivocado en el momento equivocado.
Y nos sentiremos inexplicablemente favorecidos por no haber tenido el número ganador (más bien perdedor) de esa lotería o por haber pasado la prueba con benevolencia.
Pero ese acercamiento a la realidad de nuestra fragilidad nos puso en modo de preparación. Muchos aclaramos nuestras cuentas y nuestros pendientes.
Revisamos las pólizas, las deudas, las contraseñas, las listas de chequeo y nos dimos cuenta de que aunque no somos indispensables, a lo mejor podemos hacerle falta a alguien. Quizás somos útiles en este engranaje y algunas cosas se verían muy afectadas con nuestra ausencia.
También nos permitió apreciar la dependencia que tenemos unos de otros y la importancia de la cercanía y del contacto físico.
Los que quedamos atrapados juntos pudimos experimentar la riqueza y la desgracia de compartir toooodo el tiempo lo bueno y lo malo de cada uno. Lo soportable y lo insoportable de nosotros quedó al descubierto. Si antes el trabajo y el estudio nos permitían tener horarios de «descanso» de nuestras interacciones, el confinamiento nos obligó a convivir con todo el espectro de emociones, sentimientos y reacciones que pueden ocurrir entre los seres humanos.
Las relaciones, las amistades, los parentescos y los matrimonios que superaron la prueba seguramente se consolidaron y fortalecieron para los años por venir.
Muchos dicen que éste fue un año perdido. Tal vez no.
Quizás fue el más importante de los últimos tiempos porque nos puso a estudiar nuestras vidas, nuestro mundo y nuestro legado.
Ya hicimos la lectura de los materiales, experimentamos las vivencias y recorrimos las lecciones. Ahora viene el siguiente periodo en el que tenemos que presentar nuestro trabajo de grado y demostrar que sí aprendimos algo en este curso universal.
Si no acertamos en la entrega final, corremos el riesgo de que nos hagan repetir el año.
Guillermo Ramírez – 01-01-2021