Cierra los ojos. Ahora imagina que tu edad es de un solo dígito.
Tienes frente a ti una imagen de infinitos colores acompañada, si quieres, de un texto, si no quieres, no hay texto. Tú mandas.
Hay dos brazos de alguien más grande que tú sosteniendo el libro para que tus manos puedan señalar, aplaudir, asombrarse.
Tus ojos no se quedan quietos porque hay mucho que recorrer y tus oídos de repente se estremecen con la voz de tu persona favorita en el mundo que suena detrás tuyo.
Las palabras se despiertan, las acciones se hacen vivas, los diálogos se enriquecen con las entonaciones, a veces exageradas, a veces en tenues susurros, de quien está allí para servirte de cojín, de cobija, de nave viajera, de cómplice y de arrullo.
Las palabras nuevas y viejas se acomodan en tu mente, posiblemente para siempre, los significados, las preguntas, los intercambios de risas, los giros diferentes de la historia, la música que parece emanar del papel y claro, la alegre posibilidad de repetir este momento cuantas veces quieras, lo convierten en algo mágico e insustituible. No hay aparato, por muy costoso y novedoso que sea, capaz de simular esta experiencia.
Éste es entonces nuestro pequeño homenaje a la actividad más poderosa y transformadora que dos humanos se han podido inventar, deseando que todos los días tu vida esté arropada por el abrazo lector.