50 años

Hola a todos.

Estamos reunidos aquí para celebrar los 50 años de bachilleres. Algo increíble. El grupo que hemos logrado convocar en esta última década nos ha fortalecido y enriquecido nuestras vidas. Aunque con muchos no nos veíamos por décadas, lo que se ha logrado finalmente es muy valioso e incomparable. ¡Démonos un aplauso!

Un aplauso para los bachilleres y para sus acompañantes.

Usaré estas dos palabras pues, como terminan en «e» son seguras para los discursos. Antes decíamos «los niños» y nadie se despelucaba, con el nuevo milenio tocó cambiar a «los niños y las niñas», pero un cuarro de siglo después, toca decir «las infancias» para ser inclusivo. En esta reunión me tocaría decir entonces «las vejeces» y sonaría terrible. «¿Las madureces?»

Es increíble el esfuerzo de la sociedad por evitar la palabra viejo o vieja. Siendo tan bella. Entonces te dicen: «adulto mayor», «de la tercera edad», «sénior», «veterano», «de edad avanzada», «la edad de oro», «con experiencia», «sabio», «patriarca», «en la plenitud», «clásico», «vintage», «leyenda viva». No demoran en decirnos: «ciudadanos en situación de edad».

Para que este encuentro sea memorable y poderoso por las mejores razones, me he permitido resumir unas reglas importantes para que observemos durante el evento. Nadie me lo pidió y no tengo ninguna autoridad para hacerlo, pero, como siempre, la indisciplina ha sido mi materia favorita, así que ¡aguántenme!

1 – Se permiten las mentiras. Ya se empezaron a oír frases como: «¡Estás igualito!», «¡El tiempo no te pasa!» Es cierto. El tiempo no nos pasa, se nos queda encima. Pero este tipo de negaciones placenteras son las que hacen posible las relaciones.

2 – Están prohibidas las exageraciones en cuanto a los logros propios, a no ser que se trate de contar cómo hemos superado la adicción que nos tenía exclavizados. ¿Cigarrillo? ¿Alcohol? No hablo de eso, sino del peor vicio: el dinero. Pero en cambio sí están permitidas las alabanzas y exaltaciones de los triunfos obtenidos por nuestros hijos, nuestros nietos y, por supuesto, de todas las mascotas de la familia. Sabemos que a través de ellos (humanos, canes y felinos) es que demostramos que nuestra presencia en el universo no fue tan inútil después de todo. Esto me recuerda la conversación de dos amigos. Dice el primero: «Hay días en que me levanto a las cinco, me subo en mi camioneta y me dan las cinco de la tarde y todavía no he recorrido mi finca». Y contesta el otro: «Sí. Yo también tenía una camioneta así, pero la vendí».

3 – Está prohibido comenzar las conversaciones con frases como: «¡Es que en nuestro tiempo los jóvenes si respetábamos a los adultos!». Esta nostalgia selectiva no se acomoda a los tiempos actuales en los que la historia se está revisando continuamente. ¿Cómo es la palabra gringa? ¡Woke! Claro que sí es buena idea aportar anécdotas de la adolescencia (así sean falsas) con tal de que sean muy exageradas y divertidas, especialmente para que no sea tan intensa la tortura para los acompañantes que vinieron al evento.

4 – Complementando el punto anterior, está permitido que los acompañantes se ubiquen a menos de un metro de distancia de su pareja, de manera que puedan ejercer el derecho del codazo, el puntapié o el pellizco en caso de que el bachiller se ponga a contar otra vez la anécdota que siempre cuenta en estas reuniones. Esto es especialmente útil si la historia ya la contó en ESTA reunión.

5 – También para la facilidad de los puntos anteriores, evitaremos en esta reunión la tradicional separación de los niños aquí y las niñas allí, de manera que las conversaciones sean pluritemáticas y universales. Evitaremos lo que ocurría hace medio siglo en los pasillos y recreos de nuestro colegio masculino, en los que la conversación se limitaba al tema que creíamos dominar y mentíamos a cada rato sobre nuestros avances sobre el particular. Es increíble que aún hoy sigamos igualmente ignorantes en ese tema. Me refiero naturalmente al sexo… (Cof, cof) ¡Perdon! ¡Perdón! Quiero decir ¡al sexo opuesto! Bueno y para qué nos decimos mentiras, tambien ocurre con el sexo. Por allí escuché una conversación en la que uno de nosotros decía: «Yo hago el amor casi todos los días: casi el lunes, casi el martes…»

6 – En cuanto a las añoranzas de lo que significó esa época maravillosa de los 70, dejémoslas intactas. Recordemos a Les Luthiers: «Todo tiempo pasado fue anterior». No intentemos justificar la música, la moda, la rebeldía, los cortes de pelo, los ídolos, los programas de TV, las películas. Basta solamente con intentar tener una conversación con un niño de hoy sobre alguno de esos temas para ver su cara de asombro y terror. «¡¿En serio?!» «¡¿Usaban eso?!» «¡¿Veían eso?!» ¿Han intentado ustedes ver un capítulo de «La isla de Gilligan» con los jóvenes?

7 – A propósito, está permitido interrumpir cualquier conversación con la excusa de ir a hacer pipí cada media hora. No importa si usted es el narrador. Lo esperaremos. También está permitido que la carcajada termine en tos; que ninguno del grupo sea capaz de acordarse «¿Cómo era que se llamaba ese tipo?»; que comentemos películas en las que todos los protagonistas ya se murieron; que tengamos que mirar el teléfono celular estirando al máximo los brazos; que tengamos tres pares de anteojos: los de cerca, los de lejos y los que usamos para buscar los otros anteojos; que nos quejemos de que la música está muy alta, o que está entrando un chiflón; o que digamos una barbaridad y luego preguntemos: «¿Lo dije en voz alta?».

8 – Aquí se agrega otra función importante de los acompañantes. En caso de que se dispare la fiesta en actividades lúdicas de gran esfuerzo en la pista de baile, su misión será recordarles a los bachilleres de 1975 sobre su cita reciente con el traumatólogo y que el maletín de las pepas se quedó en la guantera del carro.

9 – No tratemos de ocultar que hace medio siglo estábamos «equivocados» en casi todo lo que hacíamos. Todos nuestros compañeros tenían apodos: «el gordo», «el enano», «el negro», «el mono», «el gafufo», «el cuatro ojos». En las fiestas, los hombres sacaban a bailar a las mujeres, llevaban el paso, les abrían las puertas, se hacían a un lado para que salieran o entraran al ascensor, las seguían con la mirada, las espiaban en los vestidores, les encendían el cigarrillo, las cortejaban, las hacían ruborizar… En las casas vivía «la empleada», «la muchacha del servicio» o venía «la de por días». Abundaban los chistes de pastusos, de costeños, de rubias. La sonora matancera cantaba: «Mala mujer, no tiene corazón. Mátala, mátala, mátala». Pero no nos preocupemos si se nos sale hoy el machismo, la homofobia, la xenofobia, el clasismo, el arribismo, el racismo. No estamos transmitiendo en vivo en redes y seguramente mañana casi nadie se acordará de lo que se habló aquí. Además nuestros hijos y nietos no vinieron.

10 – Finalmente, la política. Si queremos seguir siendo amigos y que nuestro grupo nos acompañe hasta los velorios de cada uno con alegría y sin rencores, evitemos ese tema. Reconozcamos que hace 50 años estrenamos la cédula y que en la docena de elecciones que han transcurrido y en la que viene, siempre hemos elegido y eligiremos a la persona equivocada. Dejemos atrás el propósito de convencer a los demás de nuestra superioridad ideológica y moral. Dejemos de pensar que todo el mundo tiene el derecho y deber sagrado e inmutable de conocer MI opinión. Como dije alguna vez: «Soy partidario de la libertad universal de expresión, tanto para mis ideas como para tus babosadas». Mentiras.

Votemos como queramos, querámonos como hermanos y gocemos de esta reunión.

Seguramente será la última vez que nos reunamos… para celebrar un cincuentenario.

Porque la próxima vez será para el cincuenta y uno.

Un abrazo.

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